Al principio me asustó, era muy grande y yo muy bajita. La primera vez que la presté me dijeron que era una bici "para ir como una jefa". Mi anterior bici de ciudad se fue para casa de mi hermana.
Y ahora sólo quedaba esta.
Así que me tenía que hacer con ella. Con su freno de contrapedal trasero, con la erguida posición desde la que veo todo, con su deambular lento que convierte el viento en brisa.
La puse más velocidades de las que traía (las 3 míticas Sturmy), se me quedaban cortas para la Cuesta de la Vega. Y mi Brooks de ciudad, que ya tiene los hoyitos de mi culo ciclista hechos y le quedaba que ni pintado.
Y a pedalear. Los primeros días no podía para de mirarla y hacerle fotos...
Y aunque era "nueva" no sentía que me tuviera que adaptar a ella. Es como si la hubiera tenido toda la vida, desde el día 1.
Aun así no pude resistirme: le compré una cesta, le cambié el plato, la posición del sillín... Mis manías.
Es la mía. La que quería. El encargo especial de bicisholandesas.com. La envidia del Barbas, aunque no lo diga.
Es mi bici. La que me ha hecho cambiar la ruta para dar un rodeo que me permita pedalear más cada día. La bici en la que estoy más guapa. La que redescubro a cada golpe de pedal y sin embargo la de siempre. La que voy adaptando a mi postura, a mis piernas desiguales, a mis 33 años de viejo animal pedaleante.
No sé que nombre ponerle, pero sé que nunca habrá una bici igual que esta. Y algunas veces me descubro llamándola "la mía". Simplemente. Porque la he hecho mía, y así deberían ser todas las bicis.
Yo me he apoderado de ella y ella me ha conquistado a mí. Quizás por las noches ella también esté pensando en cómo llamarme.